En este nuevo proyecto, Apuntes de Piel, Jordi Díaz Alamà nos presenta una tríada de cuadros que construyen una unidad de sentido y que son, a su vez, el colofón de una exposición anterior, Red Studio, en la que el pintor volvía a visitar el erotismo desde el prisma del academicismo y la reivindicación de la tradición clásica.
Apuntes de Piel es una exploración directa y abierta del desnudo. Es una tríada que se preocupa por poner en primer plano la naturalidad y la eterna presencia de nuestros cuerpos y nuestros genitales como motivos de representación artística.
Alamà, uno de los pintores de la figuración realista contemporánea española, imprime en sus obras una calma y un mimo que hace que, junto a la explicitud de los motivos, cobren también protagonismo la presencia y el carácter de los personajes. Así, el pintor nos plantea una interpretación pictórica del sexo y la conexión de la carne que transpira tranquilidad y serenidad, cotidianidad y belleza. Se trata de un enfoque especialmente transcendente si se confronta a la proliferación de la imagen del cuerpo como objeto en el contexto de la pornografía, en el que la estridencia y la desnaturalización de los gestos y actitudes nos alejan de nuestra vivencia natural de la sexualidad.
También se preocupa en este ejercicio de exploración de lo erótico de balancear el equilibrio de representación de género en favor del cuerpo masculino. No es en vano: Pues tanto en el arte, como en la publicidad o el cine, sigue imperando el desnudo femenino. Pese a los tiempos que corren, sigue costando naturalizar la equivalencia de la representación del desnudo masculino en la esfera pública.
Egolatríada es un cuadro complejo que nos habla de la soledad. La obra funciona como un trompe-l’œil, un trampantojo que mediante una escena de hedonismo homoerótico nos habla de la relación del individuo singular con el placer privado.
El cuadro nos ofrece una reflexión sobre la concepción del sexo como ejercicio de introspección —sea en solitario o con más gente—. Alamà reflexiona sobre una actividad natural que en el linde del primer cuarto de siglo XXI, pese a la presunta liberalidad y la hiperconsciencia sexual, parece para muchos solo una carrera por tener y acumular, más que un juego de compartir y sentir.
El personaje principal, repetido, clonado, se hace el amor a sí mismo, es una víctima de la publicitación del Yo, el “yo” consumidor, el “yo” cliente, el “yo” sujeto de placer. A tal efecto, el título nos sugiere una trinidad en la que son tres, pero solamente es uno. Múltiples elementos y efectos nos trasladan ese mismo mensaje. El espejo vacío funciona como broche del narcisismo contemporáneo.
La insinuación del David de Miguel Ángel actúa como símbolo de la obsesión por la perfección y el encaje en los roles y apariencias que dicta el mercado y la sociedad de redes y nos habla del despropósito de la cultura del “parecer ser”.
La composición en espiral funciona en el mismo sentido, recalcando en un juego de fuerzas centrípetas, aludiendo al carácter de introspección y ensimismamiento del individuo. Al juego figurativo formal, se une además el juego de masas abstracto de la parte superior que no hace más que recalcar ese talante onírico e irreal de la escena psicológica.
Reza el tópico que no hay nada peor que sentirse solo estando acompañado, un sentimiento que puede bien extenderse al ámbito del sexo y el placer. Egolatríada, es el estudio de la atmósfera de una escena íntima, la construcción de una relación sexual sin complejos que explora una de las múltiples posibilidades del amor libre.
Sin embargo, con la puesta en escena de esta obra hay implícito un mensaje de carácter reivindicativo: dignificar la presencia de arte LGTBIQ+ en el circuito del arte contemporáneo. Su exposición contribuye a que el colectivo no sea considerado secundario o eludible, evitando dar pie a cualquier tipo de violencia simbólica.
El origen de la perturbación I y II están inspiradas en “El origen del mundo” de Gustave Courbet, todo un represente del movimiento realista en el segundo tercio del siglo XIX. El realismo es un movimiento artístico que sostiene la idea de que precisamente el arte debe mostrarlo TODO. Pero en cuanto ese todo habla de genitalidad, el realismo se convierte en algo molesto, incómodo y perturbador.
En esta ocasión, la genitalidad masculina se incorpora en esta doble reinterpretación contemporánea que Jordi Díaz Alamà hace de la obra de Courbet para hacernos reflexionar sobre porqué, más de 150 años después, los genitales siguen provocando en el espectador la misma perturbación que entonces.
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