Pablo empezó a dibujar cuando era un niño, y desde entonces no ha dejado de hacerlo. El arte para él es una forma de expresión, el resultado de algo que nos mueve, que nos hace levantarnos cada día de la cama, que nos hace sonreír, que nos hace llorar, que nos duele, que nos enamora, es en definitiva el resultado de nosotros mismos.
Haciendo una síntesis de la lectura de su obra, su trabajo se centra en la búsqueda permanente de la retórica entre obra y espectador, en el concepto del sentimiento que subyace en la idea de retrato como mera representación de nuestro ego, creando un discurso en una era en la que tal disciplina es símbolo de la exaltación del narcisismo, un debate entre nuestro yo vanidoso y nuestro yo real, una obra que en realidad representa la fragilidad del individuo y la vulnerabilidad de la raza humana.
A través de un estilo sensible y sensual en el que la precisa técnica del uso del lápiz es esencial, este artista que ha experimentado prácticamente con todas las artes aplicadas, desde la pintura y la escultura pasando por la performance y el vídeoarte, sabe reafirmarse en la idea de que el Arte tiene que ser algo que no nos deje indiferentes. Es posible que ser irreverente se esté convirtiendo en una norma y por ende que la irreverencia se esté convirtiendo en conservadurismo, de ahí el valor de que la transgresión no quede vacía de contenido camuflada tras un mensaje demasiado pobre.